sábado, 25 de octubre de 2008

Otorgar perdón

Enrique no conoció a su padre. Sus padres se conocieron cuando trabajaban juntos en una fábrica de productos enlatados. Su mamá era secretaria, su papá el hijo del dueño. Después de un breve romance, ella queda embarazada. El estaba casado y con una vida hecha. Entonces decide ayudarla económicamente con el embarazo y la manutención del niño, pero ella prometería no buscarlo ni hablarle de él a su hijo. No quería involucrarse.

Durante toda su infancia, Enrique preguntaba por su padre; su mamá le decía que era un hombre muy bueno, pero que por muchas razones, él no podría verlo. Al cumplir Enrique 18 años, decidió que tenía que conocer a su papá.

Con mucha madurez, investigó entre sus familiares la verdadera historia. Consiguió el nombre completo de su padre, sus números de teléfono y le habló. Al teléfono, temblando de emoción, Enrique le dijo a su padre quien le hablaba. Este frío, nervioso y cortante le preguntó como estaba y sí necesitaba dinero. Entre decepcionado y triste, Enrique le pidió: “Sólo quiero verte”. A lo que su padre respondió: “Ahora no puedo, estoy muy ocupado, déjame tu número de teléfono que yo te aviso cuando…”

Pasaron los días y Enrique esperaba inquieto la llamada de su padre, llamada que nunca ocurrió… Enrique fue hasta su oficina y lo esperó en la entrada. Conocía su cara por una foto que alguna vez le había mostrado su madre. Al verlo, se le acercó y le dijo: “Soy Enrique”, tu hijo. Su padre, sorprendido preguntó : “hola, ¿que necesitas?” y Enrique de nuevo respondió: “Sólo quería verte…”. El hombre, nervioso, le pidió que se retirara que no podía atenderlo y volvió a prometer: “yo te aviso cuando hablamos”… y Enrique, mucho más decepcionado que la primera vez, se despidió diciéndole… no importa señor, ya vi lo que tenía ver….

Durante los años siguientes, Enrique vivió atormentado, odiando a su padre. Guardándole rencor por haberle negado su cariño y afecto. Por estar ausente durante toda su vida y por no darle la oportunidad de conocerlo y acercarse un poco.
Enrique en sus terapias, decía que el rechazo de su padre, le había cerrado muchas puertas, porque no lograba superarlo y que por eso odiaba profundamente a ese señor, porque era el culpable de los días amargos que estaba viviendo. Yo le decía que nada de lo que sentimos es responsabilidad de los demás, que debemos aprender a vivir cada situación con inteligencia y valentía.

El padre de Enrique murió unos años después. Nunca pudo hablar con él. No pudo darle un abrazo. No pudo decirle adiós.

Esta situación hizo que Enrique se sintiera mucho más atormentado, se alejó de las terapias, lo dio todo por perdido. Hasta que un día regresó y me dijo: “Mía, vengo a contarte que ya perdoné a mi padre” “Entendí que no tiene sentido seguir albergando un rencor que sólo me hace daño y no me deja avanzar” “ “Mi padre ya está muerto y nada puedo hacer” “Me queda la enorme satisfacción de haberlo buscado, de haberlo visto. “Yo hice todo lo posible, hice mi parte y con eso ya cumplí”

Enrique perdonó finalmente a su padre y liberó su corazón de odio. Un odio que lo mantuvo preso muchos años, amarrado sin poder moverse, sin abrirse a la vida.

El perdón debe venir de adentro. Debemos sacarlo y otorgarlo, sin esperar a que alguien nos lo pida. Porque los principales beneficiados seremos nosotros mismos, porque al hacerlo estaremos limpiando el alma…
Un abrazo a todos

1 comentario:

Unknown dijo...

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